
Pocas veces pienso en los malos momentos que tiñeron nuestra relación (que no fueron pocos, siempre fue tormentoso nuestro co-existir), porque todos ellos fueron lavados desde hace unos años, cuando me brindaste todo tu apoyo, cuando me empezaste a ver como un hombre, de igual a igual, cuando entendiste mis pasiones y locuras (¡aún sin entenderlas!). Sos un forro ¿sabés?, siempre dijiste "ya me van a extrañar cuando no esté" y acá estoy vieja, extrañándote queriendo despertarte de la cama otra vez, con tus ojos cerrados. Todas tus locuras son hoy anécdotas imborrables, y ya no causan dolor, ni marcas, ahora tan sólo son historias de epopeyas que contamos Daro y yo, y todo aquel que te conoció.
Hace unos días se cumplió un año de que te quedaste ahí, dormido sobre el acolchado, luego de que tu corazón estalló, luego de que tu mujer no dejó de luchar junto a la doctora por revivirte (¡¡Una leona total!! ¡Una fiera! La debés haber visto o sentido ahí a tu lado, bombeando esa cosa plástica para darte aire, mientras la doctora desenfrenada hacía todo porque te quedés de éste lado). Mierda, no se bien aún que es el amor en toda su magnitud, pero no hay dudas que eso fue un gesto de amor incondicional, de fuerza interior, de ovarios grosos para bancarse el momento y pelear por la continuidad de tu vida física. No fue en vano, dejó todo lo que tenía para que vos sigas acá, y eso cuenta y se que lo sabés; se que lo sabés porque siempre fuiste un luchador (¡en todo sentido loco 'e miércole'!) y nos enseñaste a dar todo hasta el final, al igual que ella, al igual que vos.
1 comentario:
Lindo texto amigo!
Publicar un comentario